La revelion a la hacienda “La Concepción”



Durante los siglos que duró la esclavitud, hubo en el Valle del Chota y en la Cuenca del Río Mira, distintos gestos de resistencia e intentos de rebeliones, las haciendas donde vivían los esclavos negros, después de la expulsión de los Jesuitas, (1767), habían pasado a ser propiedad del estado que las dirigía por medio de administradores.

A finales de enero de 1778, tres parejas de esclavos, que trabajaban en la hacienda de La Concepción, huyeron para ir a Quito a presentar al Presidente, una serie de quejas referentes al maltrato que recibían por parte del administrador Francisco Arrecoeche

El propulsor de esta revelion fue Ambrosio Mondongo,  trabajó en una de las haciendas de propiedad de Don Carlos Araujo (Julio de 1789) no pudo tolerar más tiempo de atropello, lo cual da paso a una rebelión en contra de los dueños de la hacienda que pertenecían a la jurisdicción de Salinas (Ibarra), San José y Puchimbuela.  Fue un líder y cabecilla que se rebeló, dando paso a una rebelión, que pronto sacudió al Valle, desde un oculto lugar, logro crear conciencia entre los suyos, del fundamento de la dignidad, en el goce de la libertad. El consecuente fervor se dejó sentir en la hacienda “La Concepción”, de las temporalidades y propiedad, a la época, de Don Juan Chiriboga.
 
También participaron de esta comitiva, Fulgencio Congo, un líder de esclavos, tenía tres hijos. Acusado de favorecer la insubordinación de los trabajadores y de haber liderado en algunas ocasiones varias sublevaciones.

Como también Martina Carrillo trabajaba en la hacienda de la Concepción y junto a Pedro Lucumí formaron parte de la comisión que visitó al Presidente, para presentar sus quejas en contra del maltrato de sus patronos.

Fungencio Congo hizo varios reclamos al presidente de la Real Audiencia, entre ellos: malos tratos y abusos por parte del administrador a los esclavos durante ocho años. Denunció que las raciones alimenticias compuestas por carne y maíz que daban a los esclavos eran insuficientes hasta para un niño, continuos azotes, látigos, grilletes en los pies y en el cuello, encierros en la cárcel, improperios y desaires, palabras insultantes.

Las quejas que la Comisión presentó al Presidente José Dibuja, (Español de Castilla, Presidente interino de la Real Audiencia) fueron las siguientes:


A los esclavos se les daba menos comida de lo que la Ley dictaba, haciendo la alimentación netamente insuficiente.

La renovación del vestuario no se efectuaba a su debido tiempo.
 
Se obligaba a los esclavos a trabajar los domingos, hasta el medio día, quitándoles tiempo para el descanso y para trabajar sus pequeñas chacras (contrariamente a la costumbre establecida desde el tiempo de los jesuitas).


Los esclavos recibían castigos demasiados rigurosos e injustificados, ya que eran cumplidos en sus labores.


El Presidente José Dibuja , los recibió y los escuchó, consideraba que los esclavos tenían derecho a recurrir a la autoridad superior, por lo que decidió enviar a un nuevo administrador, de nombre Andrés Fernández, con el encargo de reemplazar al anterior y de investigar sobre las acusaciones presentadas por los esclavos.

Cuando los esclavos volvieron a La Concepción, fueron castigados: a Lucumí, le dieron 500 latigazos por ser el jefe de la Comisión; a Martina le dieron 300 latigazos y así fue con todos los de la Comisión, tanto que después de 15 días todavía no podían regresar al trabajo.

El nuevo administrador, llegó después de dos meses, vio todas las señales de los castigos recibidos, a pesar de la orden del Presidente de no castigarlos.

Aunque Arrecochea intentó defender su actuación, después de hablar con los mayordomos y con muchos otros testigos, el nuevo administrador decidió enviar a su predecesor a la prisión real de Quito.
 
El nuevo administrador decidió enviar a su predecesor a la prisión real de Quito y fue condenado a pagar una multa de 100 pesos al Estado y otra multa de 100 pesos, a los esclavos que habían sido víctimas de su crueldad.

Martina Carrillo y sus compañeros siguieron esclavizados, pero habían conseguido mejorar las condiciones de vida de todos y todas las compañeras y sentar un precedente:

a) La posibilidad para los esclavos de hacer respetar sus derechos y reconocer su dignidad;

b) El poder recibir una compensación financiera por los perjuicios de los que habían sido víctimas.

La Semilla de una vida mejor, había sido sembrada entre los esclavos de La Concepción, una semilla que durante las décadas siguientes iría dando sus frutos y en particular en la familia de Martina Carrillo, de donde surgió otro gran campeón de los derechos del negro, su hijo, Francisco Carrillo.


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